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El Mensaje en la Botella de Cristal

Aves migratorias en la ciudad monstruo

Aves migratorias en la ciudad monstruo

En la ciudad monstruo nos hacinamos 14 millones de almas.

Nos entrelazamos sin chocar en nuestro caminar... de forma casi violenta en las grandes avenidas que se imponen brutalmente en el tejido urbanístico. En una ciudad que se jacta de tener la avenida más ancha del mundo (!). Más relajada en los barrios más residenciales, en uno de los cuáles afortunadamente vivimos en la última etapa de nuestra estancia a punto de finalizar.

La ronda de circunvalación está a 6 cuadras nomàs.

Nomàs.

En las noches... cuando el barrio descansa, la ronda/autopista urbana sigue zumbando, No descansa. El sonido se filtra por la ventana. Maldito oído fino.

En el día... el zumbido se ve engullido por el rugir de los motores de combustión de los colectivos que pasan por nuestra calle, como si estuvieran en una competición. Los colectivos tiene algunos más de 30 años. El ruido al acelerar a la salida del semáforo es ensordecedor. Maldito oído fino.

Hemos cumplido 3 años acá, en la ciudad-monstruo.

En la ciudad monstruo uno está atrapado entre el cemento y las grandes construcciones. Mayoritariamente enfocadas al transporte urbano motorizado y ferroviario. El Automóvil es el rey.

Símbolo de estatus. Insignia del progreso .

Si la ideología californiana que transmite Facebook nos anuncia que

en un futuro todos seremos felices y ricos

en la ciudad monstruo, añadiremos

... y iremos cada uno en nuestro automóvil

En mi anterior residencia solía salir (y no sólo) los fines de semana de la gran ciudad. A la búsqueda de un pedazo de naturaleza y un aire fresco. Ascendía a la Sierra de Guadarrama esforzada y alegremente para deleitarme con el panorama y regocijarme con la vista de la gran ciudad diminuto, por un momento, allá a lo lejos.

Era mi válvula de escape. Mi antídoto al stress y la violencia sútil y silenciosa que imponen las megaciudades. Por no hablar de la dictadura que imponen sobre el resto del entorno, principalmente rural.


Caminando, pedaleando, escalando, esquiando... al reencuentro de la naturaleza. De mí mismo, en definitiva. Huyendo de la alienación a la que nos somete la casi desquiciada vida urbana.

En esta ciudad monstruo, uno tiene que hacer interminables horas de transporte público para lograr una mínima sensación similar... Para reencontrarse con la naturaleza y consigo mismo.

Es agotador mentalmente... Al menos para mi yo profundo, salvaje y ávido de espacios abiertos.

La ciudad monstruo es como una telaraña de la que cuesta escapar.

[..]

Como aves migratorias, ahora que en la península parece que llega el buen tiempo, y acá entra el antártico frío, nos marchamos ...

De fondo, el jazz ’Last train home’ de Pat Metheny

 

PD :  Ya adelantó Eduardo Galeano

Vamos derechos al desastre...

Pero joder...en que coches!

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